Entre las pocas cosas que uno acumula de forma prácticamente invisible (desde luego no los años!), está la experiencia de los viajes. “Fuimos nómadas” -como decía Carl Sagan- Durante millones de años no hicimos otra cosa que viajar buscando el fruto de los árboles o persiguiendo las migraciones de los grandes rumiantes y ocho mil años después de habernos asentado gracias a la ganadería y a la agricultura parece que todavía le queda al hombre algo en su biología que le incita a emprender viaje. Pero no nos pongamos románticos en exceso: comparadas con las auténticas aventuras que iniciaban nuestros antepasados más remotos cuando cambiaban de valle o de llanura, o la de nuestros tatarabuelos cuando subían a un endeble barco de madera en busca de fortuna en las Américas, un viaje a Londres de cuatro días para un tipo escrupuloso y urbanita como yo no contiene mayor peligro ni entraña otros riesgos que el de ser devorado por los ácaros de la moqueta de una típica pensión inglesa o padecer media hora en el baño por culpa de un poco de “tap water” londinense.
Asumido esto, y con el permiso de mi Cristina (dios la bendiga), me “embarqué” en un vuelo increíblemente barato de la siempre estrafalaria Ryan Air junto a otros dos compañeros de la oficina, Sergio y Xavi. Los tres juntos, gracias sobre todo al conocimiento de la ciudad que Sergio tenía, recorrimos con eficiencia todos los lugares “obligados” de la capital inglesa e incluso tuvimos tiempo para una pequeña inmersión cultural en el barrio de Camden, a través de un auténtico pub inglés llamado “World’s End” donde pasamos una tarde estupenda escuchando música en vivo de jóvenes promesas británicas y bebiendo cerveza Foster o Guinness.
Para no aburrir en exceso, enumero a continuación algunas de las cosas que llamaron mi atención durante esos cuatro días en Londres:
“Mind the Gap”, esta frase todavía resuena en mi cabeza. El sistema de locución del metro londinense la pronunciaba con asiduidad para advertir del peligro de tropezar con el hueco entre tren y andén. En las líneas más modernas del suburbano, una voz femenina realizaba una completa advertencia. En las más antiguas, sin embargo, era una voz oscura y siniestra la que pronunciaba, arrastrando cada sílaba, un funesto “Mind the gap”, como si de un Gran Hermano vigilante se tratase. Sumado al hecho de que Londres está repleta, bajo el suelo y sobre él, de cámaras de vigilancia, le daba por momentos a la ciudad un aire Orwell a lo 1984.
La famosa campana de los pubs ingleses existe. Pero más que advertir de que el local cerrará en breve sus puertas, lo que hace es apresurarte a que tomes una última cerveza. Así que vas a la barra y pides la última… y cuando estás de regreso vuelve a sonar la campana, así que corres otra vez a por la última cerveza, y aún no la has apurado cuando de nuevo vuelve a sonar la campana y te diriges haciendo “eses” a por tu tercera “última” cerveza… Vamos, que la campana no es una tradición inglesa sino un invento del consumo despiadado!.
Londres tiene en general un nivel de vida muy superior al de, por ejemplo, Madrid. Esto es así tanto en la media estadística como, sobre todo, en sus extremos: en la ciudad que me vio nacer y crecer conozco barrios opulentos como Conde Orgaz o Puerta de Hierro, pero cualquiera de ellos palidece ante los barrios de Kensington o Notting Hill donde los BMWs y Mercedes son coches humildes, casi utilitarios, en comparación con los Aston Martin, Ferrari, Porche o Maserati que pueden verse por decenas aparcados en hileras de extremo a extremo de sus calles. Después de pasear por allí un rato, y del asombro y admiración inicial que estas máquinas perfectas despiertan, uno siente algo de vergüenza al preguntarse qué parte del tercer mundo estará pagando el lujo obsceno a la vuelta de la próxima esquina.
La puntualidad inglesa es un mito: en nuestro último día corrimos por los pasillos del metro (siempre vigilados por las cámaras…) para llegar a las diez de la mañana al cambio de la guardia a caballo, no tan famoso como el de la infantería de Backingham Palace pero –cuentan- mucho más vistoso. El cambio, después de esperar un buen rato con la cámara de fotos encendida, se produjo finalmente a las 10:17 y, quizá por la lluvia, quizá porque no éramos suficientes turistas, fue tan soso y breve como cabe esperar de un acto inglés.
¡Ah!, y finalmente, es cierto, las jóvenes inglesas incumplen más de uno de los tres principios de la Termodinámica o -como solían decir en mi facultad- en realidad añaden un cuarto: “Prefieren enfriarse con tal de calentar”, patente en faldas cortas como bufandas y vestidos finos como muselina, que en aquellas calles, frías y mojadas, no me inspiraba tanto deseo como dolor de garganta. En la foto, unas modelos posan en el escaparate de unos grandes centros comerciales (pincha, pincha en la foto sin miedo :-) El sexo –y esta es mi impresión como “Alfredo Landa español”- parece tratado en Inglaterra con desparpajo y provocación pero sin misterio.
Espero no estar dando una impresión negativa de mi visita a la ciudad del Thames: hoy estoy enfermo en casa, un resfriado inglés –supongo-, y este texto pudiera sonar a venganza ;-)
Así que vimos el Big Ben, las casas del Parlamento, St.Paul’s Cathedral, Coven Garden, Portobello, Picadilly, Trafalgar, … pero de todo ello me quedo con un apunte mental que hice después de mucho caminar. Y es que lo principal de este tipo de viajes que haces junto a amigos o compañeros no son tanto los monumentos que aparecen a la vuelta de cada esquina como las risas que el grupo comparte en las situaciones inesperadas, a costa de las costumbres locales más estrafalarias o sencillamente al disfrutar la alegría de una cultura y lengua mediterránea en contraste con un país que nunca entenderá que no es necesario formar una cola para coger el autobús.
Asumido esto, y con el permiso de mi Cristina (dios la bendiga), me “embarqué” en un vuelo increíblemente barato de la siempre estrafalaria Ryan Air junto a otros dos compañeros de la oficina, Sergio y Xavi. Los tres juntos, gracias sobre todo al conocimiento de la ciudad que Sergio tenía, recorrimos con eficiencia todos los lugares “obligados” de la capital inglesa e incluso tuvimos tiempo para una pequeña inmersión cultural en el barrio de Camden, a través de un auténtico pub inglés llamado “World’s End” donde pasamos una tarde estupenda escuchando música en vivo de jóvenes promesas británicas y bebiendo cerveza Foster o Guinness.
Para no aburrir en exceso, enumero a continuación algunas de las cosas que llamaron mi atención durante esos cuatro días en Londres:
“Mind the Gap”, esta frase todavía resuena en mi cabeza. El sistema de locución del metro londinense la pronunciaba con asiduidad para advertir del peligro de tropezar con el hueco entre tren y andén. En las líneas más modernas del suburbano, una voz femenina realizaba una completa advertencia. En las más antiguas, sin embargo, era una voz oscura y siniestra la que pronunciaba, arrastrando cada sílaba, un funesto “Mind the gap”, como si de un Gran Hermano vigilante se tratase. Sumado al hecho de que Londres está repleta, bajo el suelo y sobre él, de cámaras de vigilancia, le daba por momentos a la ciudad un aire Orwell a lo 1984.
La famosa campana de los pubs ingleses existe. Pero más que advertir de que el local cerrará en breve sus puertas, lo que hace es apresurarte a que tomes una última cerveza. Así que vas a la barra y pides la última… y cuando estás de regreso vuelve a sonar la campana, así que corres otra vez a por la última cerveza, y aún no la has apurado cuando de nuevo vuelve a sonar la campana y te diriges haciendo “eses” a por tu tercera “última” cerveza… Vamos, que la campana no es una tradición inglesa sino un invento del consumo despiadado!.
Londres tiene en general un nivel de vida muy superior al de, por ejemplo, Madrid. Esto es así tanto en la media estadística como, sobre todo, en sus extremos: en la ciudad que me vio nacer y crecer conozco barrios opulentos como Conde Orgaz o Puerta de Hierro, pero cualquiera de ellos palidece ante los barrios de Kensington o Notting Hill donde los BMWs y Mercedes son coches humildes, casi utilitarios, en comparación con los Aston Martin, Ferrari, Porche o Maserati que pueden verse por decenas aparcados en hileras de extremo a extremo de sus calles. Después de pasear por allí un rato, y del asombro y admiración inicial que estas máquinas perfectas despiertan, uno siente algo de vergüenza al preguntarse qué parte del tercer mundo estará pagando el lujo obsceno a la vuelta de la próxima esquina.
La puntualidad inglesa es un mito: en nuestro último día corrimos por los pasillos del metro (siempre vigilados por las cámaras…) para llegar a las diez de la mañana al cambio de la guardia a caballo, no tan famoso como el de la infantería de Backingham Palace pero –cuentan- mucho más vistoso. El cambio, después de esperar un buen rato con la cámara de fotos encendida, se produjo finalmente a las 10:17 y, quizá por la lluvia, quizá porque no éramos suficientes turistas, fue tan soso y breve como cabe esperar de un acto inglés.
¡Ah!, y finalmente, es cierto, las jóvenes inglesas incumplen más de uno de los tres principios de la Termodinámica o -como solían decir en mi facultad- en realidad añaden un cuarto: “Prefieren enfriarse con tal de calentar”, patente en faldas cortas como bufandas y vestidos finos como muselina, que en aquellas calles, frías y mojadas, no me inspiraba tanto deseo como dolor de garganta. En la foto, unas modelos posan en el escaparate de unos grandes centros comerciales (pincha, pincha en la foto sin miedo :-) El sexo –y esta es mi impresión como “Alfredo Landa español”- parece tratado en Inglaterra con desparpajo y provocación pero sin misterio.
Espero no estar dando una impresión negativa de mi visita a la ciudad del Thames: hoy estoy enfermo en casa, un resfriado inglés –supongo-, y este texto pudiera sonar a venganza ;-)
Así que vimos el Big Ben, las casas del Parlamento, St.Paul’s Cathedral, Coven Garden, Portobello, Picadilly, Trafalgar, … pero de todo ello me quedo con un apunte mental que hice después de mucho caminar. Y es que lo principal de este tipo de viajes que haces junto a amigos o compañeros no son tanto los monumentos que aparecen a la vuelta de cada esquina como las risas que el grupo comparte en las situaciones inesperadas, a costa de las costumbres locales más estrafalarias o sencillamente al disfrutar la alegría de una cultura y lengua mediterránea en contraste con un país que nunca entenderá que no es necesario formar una cola para coger el autobús.
En estos viajes, y sobre todo desde que existe la cámara digital, toma uno mil fotografías al día que contienen todos los lugares relevantes de la ciudad y sólo unas pocas fotos –acaso las más entrañables, las que son realmente depositarias de la memoria- que describen esas situaciones de amistad y camaradería. Y en ese sentido no conviene olvidar que lo importante de un viaje, tenga el destino que tenga, es volver a casa con la amistad fortalecida de quienes nos acompañaron, antes que con un montón de hermosas fotografías vacías.
6 comentarios:
Me estan entrando ganas de ir a Londres...
Yo quiero venirrrrrr!!!!!
Aggghhrrrr ;)
(Muy bueno lo que escribes, Jose Luís!!!)
MIND THE BLOG
Londres és, para mi, el escenario perfecto para echar unas risas (i unas birras, i unas compras, i escuchar música en directo, i ver gente rara) con los Amigos.
Veo, Puji, que has viso la foto de las nenas en el escaparate!
Gracias, Silperse, me alegra que te guste! (ah!, pero el nombre detrás de Will parker es José Manuel, o Jose, como prefieras. El otro día, en el dentista, me "catalanizaron" el nombre! y, en mitad de la endodoncia la asistente me decía "No apretes los dientes ahora, Josep Manel" o algo así. Y claro yo, con la mandíbula desencajada y el torno en la boca, no podía protestar más que con inútiles e ininteligibles gruñidos... ;-)
Que envidia de viaje y que ganas tengo de ir ya a Londres. Tomo nota de todos tus consejos. Un saludo
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