jueves, 25 de septiembre de 2008

El final del verano

Hoy jueves llegué temprano a casa y decidí salir con la bici a buscar el último día del verano. Pero ya no estaba allí. Había llegado tarde. Eran sólo las seis y el sol ya se inclinaba grávido sobre el horizonte, brillando sin fuerza, debilitado por la brisa fresca y racheada que me secaba el sudor sobre la piel desnuda de los brazos.
Y es verdad, el equinoccio ya pasó y la balanza, después de un breve instante de auténtico equilibrio, vuelve a inclinarse lenta pero inexorablemente hacia los días oscuros del invierno. A medida que el punto subsolar deje nuestras latitudes, camino del hemisferio sur, las sombras de mi barrio se volverán más alargadas, las aceras permanecerán a la sombra de los edificios y la luz, cada día más perezosa, se irá a dormir temprano.

En estos días aciagos en que las hojas de los árboles te susurran que te abrigues y las nubes proyectan veloces sombras sobre el suelo, uno no se cansa de pensar que hubiera debido disfrutar más del verano, que cada uno de esos días al sol, con apenas una camiseta y un bañador, fueron una auténtica bendición no reconocida. Oh dios!, lo que daría por poder retener el sol en mi piel… y no me refiero al bronceado. Era la claridad intensa y brillante de los días, la temperatura suave de las noches, eran las excursiones en bicicleta, las cervezas frías bajo los toldos llenos de sol, las gotas de mar evaporando sobre mi rostro y el sabor de la sal en los labios…
Y sí, ya sé, ya sé que aún vendrán días cálidos… pero es el primero y no el último de los días fríos el que trae consigo el final del verano.

2 comentarios:

stratosergio dijo...

Este año parece que ha habido una sincronización perfecta entre el final del verano con el inicio de otoño oficial (o al menos tradicional): ha sido llegar el 21 de septiembre y he tenido que empezar a ponerme camiseta para dormir.

Mireia dijo...

Hola Will Parker,

sóc la Mireia. He llegit el teu comentari a la cullerada, molt bo ;)

Salut!