Todos mentimos, todos lo
hemos hecho alguna vez y así lo admitimos. Y casi todos nuestros
intentos, inocentes, de hacer pasar por verdad algo que no lo es,
acaban siendo descubiertos y expuestos a la luz. Pero ¿en cuánto
tiempo?, ¿cuánto tarda una mentira en ser desmentida, cuánto en
demostrarse su falsedad? De una forma u otra, a través de nuestra
corta experiencia vital, todos sabemos que la perdurabilidad o
capacidad de una mentira para sobrevivir en el tiempo es directamente
proporcional, precisamente, al tiempo. Conforme transcurren las
semanas, los meses, los años o cualquier otra unidad que utilicemos
para medir eso que llamamos tiempo, la mentira gana firmeza, se
asienta, ya nada la saca a colación ni surge en la conversación, ya
nadie la cuestiona ni investiga su origen o su motivación. Hay
mentiras que duran toda una vida, esas que uno descubre por
casualidad en su madurez o su vejez, con una mezcla de estupor e
incredulidad, sobre un hecho acaecido en la remota juventud o incluso
en la más tierna infancia. Pero lo peor, lo que resulta realmente
aterrador, son las mentiras que perduran más de un siglo, aquellas
que superan la longevidad del ser humano. Esas mentiras -se puede
decir- van camino de convertirse en verdades por méritos propios:
han vivido más que los hombres que las vieron nacer y que podrían
desmentirlas directamente, han escapado a la mirada de los testigos
directos y ya sólo dependen de lo que quedó escrito, en un libro,
en un manuscrito, en un papiro. Son mentiras históricas. Ya no
importa quién las pronunció por vez primera, o quién les dio alas,
quién tenía interés en ocultarlas o qué tuvo que hacer para
protegerlas y que perduraran. Son las mentiras de una Era, las que
construyen un paradigma bajo el cual nacen y mueren los hombres
durante siglos, incluso milenios, sin que prácticamente nadie se
atreva a cuestionarlas. A los pocos que así lo hacen, les llaman
locos o -cruel ironía- mentirosos, pero es gracias a esos pocos locos que
un día la mentira quiebra, se rompe, y salta hecha añicos. Y esto
sólo ocurre cuando -como en una reacción de fisión nuclear- se
alcanza una masa crítica, una cantidad mínima de personas en una
sociedad convencidas -hoy, ahora- de haber sido engañadas, burladas,
y que están dispuestas a mirar más allá de donde siempre han
mirado para alcanzar límites
que otros hombres, mucho antes, sólo soñaron.