jueves, 7 de mayo de 2009

Primavera

Hace ya bastantes primaveras que escribí este “micro-relato” que formaba parte de un cuarteto dedicado a las estaciones y que si no recuerdo mal salió publicado en uno de los últimos números de la revista de la facultad. Desde entonces, la llegada de esta estación y el asentamiento de los primeros días reales del buen tiempo siempre me lo recuerdan, quizás últimamente con más fuerza puesto que este diminuto relato, esta escena, con su escueta ambientación y su fotografía, tienen para mí algo del Madrid que más echo a faltar.


La primavera

En cierta ocasión, un amigo me relataba en un bar el encuentro fortuito que tuvo con una chica a quien él profesaba un amor desmedido. Me habló de cómo una mañana la vio salir de un portal, por casualidad, y la paró, de cómo hablaron largo rato varados en la acera, a la sombra de unos árboles de primavera, y también me contó, entre cerveza y cerveza, cómo fue que la conoció, cómo que empezó a amarla y por qué razón. Me confesó que algunos días podía charlar con ella animadamente y, muchos otros, sintiéndose triste o alicaído, era incapaz de decirle nada por miedo a que ella no le encontrara entretenido. Aquel día, a la salida de aquel portal, ella sonreía y le escuchaba divertida, se pasaba de vez en cuando los dedos por el cabello castaño, suavemente acariciado por una ligera brisa y, entre risa y risa, respiraba profundamente dentro de su blusa entallada. Mas al poco ella miró su reloj, distrajo su atención hacia el final de la calle y agitó el brazo en dirección a un coche rojo que vino a detenerse junto a ellos. Del coche salió un muchacho apuesto y bien vestido que, una vez hechas las presentaciones, la tomó de la mano y se la llevó.

Miré a mi amigo por encima de mi cerveza, sin saber bien qué decir. “ ¿ Sabes ? -me explicó por encima de la suya con ojos lacrimosos que yo no sabía si atribuir al alcohol o a su corazón lastimado- lo peor de todo es que aquel día estuve brillante ”.